viernes, 5 de septiembre de 2008

Nunca me pasará a mi (I)

Mientras paseaba por mi barrio con Thot, vi a una chiquita sentada en el suelo, apoyada contra el muro de uno de los edificios. Me impactó mucho y esta es la historia que le imaginé. Es un poco larga, por eso la pongo en dos trozos


“¿Cómo ha podido llegar a esa situación? Una chica tan joven y ¡¡parece que tiene sesenta años!!”... estas palabras atravesaron sus oídos hasta llegar al cerebro, donde éste, en un intento de volver a ser el que era, trató de procesarlas, pero le costó un triunfo y casi no lo consiguió antes de quedarse totalmente embotado y adormilado. Cuando la joven y su cerebro volvieron de un mundo onírico en el que todo era paz y que hacía sentir tan bien a la muchacha, esas palabras estaban esperando, agazapadas, el mejor momento para saltar sobre su destrozado cuerpo y débil mente, para recordarle que donde había estado era, en realidad, un espejismo, una realidad virtual alimentada por un monstruo que ya había dejado serias y permanentes secuelas en su cuerpo; un cuerpo que un día tuvo curvas y que, ahora, apenas se mantenía en pie.
Abrió los ojos e intentó enfocar los objetos que le rodeaban. No recordaba dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. Se vio sentada en el suelo de la calle, con la espalda apoyada sobre el muro blanco de un edificio de viviendas y las rodillas contra el pecho, a la vez que las manos abrazaban unas piernas que conocieron tiempos mejores. El pelo revuelto, pidiendo a gritos un poco de agua y champú para volver a tener la suavidad y el brillo de antaño. Miró a su alrededor y el tenue sol que ya se estaba marchando cegó sus ojos. Sacudió la cabeza, tanto para intentar que la luz natural no le molestase, como para alejar esas malditas palabras que aún insistían en golpear una y otra vez su cráneo.
Apoyó la cabeza contra la pared, ya que por sí sola no podía mantenerse erguida, para intentar tener una pose más digna, pero ni así lo consiguió. Lo único que obtuvo fue recibir las miradas de lástima e, incluso, desprecio de algunos de los viandantes que, al verla, se alejaban disimuladamente. Pero ni siquiera eso le hizo reaccionar, ya que no le importaba nada o, quizás sí, pero el humo tragado al quemar ese polvo blanco que esta vez era demasiado puro, le impedía pensar en algo que no fuese él mismo, así de egoísta era su compañero, su única compañía y por la que era capaz de cualquier cosa por mantenerlo a su lado. Todo estaba en venta, sus ropas, su cuerpo, todo. Cualquier cosa que le hiciese conseguir a su camarada era bien recibida. No importaba si para ello debía someterse a la peor de la humillaciones, como por ejemplo, ser golpeada por un tipo para después tirarla contra un jergón sucio y apestoso, hacerla hundir el rostro en él mientras el baboso de turno la penetraba violentamente por detrás a la vez que la insultaba y con cada insulto un empujón más fuerte que el anterior y más babas caían sobre su destrozada espalda. Incluso esta escena que, no sabía muy bien porqué, había aparecido en su mente le había parecido bien, pues gracias a aquello había comprado un poco más de paz.
Cuando fue capaz de ver con cierta claridad, observó a las dos mujeres que la habían despertado y revuelto sus recuerdos, e hizo una mueca que quiso ser una sonrisa de desprecio, pero sólo consiguió mover ligeramente el labio superior derecho.
No podía moverse, no sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada y no le importaba mucho. Para ella el tiempo hacía mucho que había perdido su significado. Intentó moverse, pero el oxígeno envenenado que aún transportaba su sangre se lo impedía, de modo que desistió y se quedó ahí, tirada, como una marioneta que un niño arroja a un rincón. Las primeras estrellas iban apareciendo en el cielo aún azulado, cuando volvió a abrir los ojos. Esta vez estaba un poco más despejada y también un poco más alterada. Se le acercó un pequeño Yorkshire Terrier, juguetón y con profundos ojos negros. Ella intentó acariciarlo, recordaba que le gustaban los animales, y lo único que consiguió, de nuevo, fue que su mano golpeara el suelo, pues las reservas energéticas estaban al límite y no podían desperdiciarse en actos tan prosaicos como mover un brazo. Su cerebro, aún pensaba que lo más importante era mantener el corazón latiendo, aunque fuese a duras penas.
Texto: Belisker

1 comentario:

dsdmona dijo...

Oh, oh, ohhhh... sólo lo he ojeado pero pinta muy bien. Mañana con los ojos abiertos lo leo mejor :)

D.