
La vida es efímera, es tan corta y no nos damos cuenta de que, como la fina arena de la playa, se nos está escapando, irremediablemente, de las manos. En ellas está hacer que ese contínuo vaciado no sea en balde.
Tía, no te voy a volver a ver. Tú sabes que en unos días acabará todo y, como coqueta que has sido toda la vida, no quieres que los que no sean tus hijos o tu marido te vean despedirte, que vean que tu cuerpo y tu alma no son ni la sombra de lo que fueron. Eso puede hacernos daño, pero lo mejor que podemos hacer es respetar aquello que deseas. Ahora pienso en las veces que te oía y pensaba: "¡pero si es que no se cansa!"... no, efectivamente, no te cansabas de hablar y de hablar, contabas las cosas una, dos o tres veces, daba igual, el tema era hablar. Tampoco te cansabas de la vida y siempre se podía contar contigo, como cuando entre tú, mamá y otras tres tías más os organizásteis para cuidar de la abuela, vuestra suegra, hasta sus últimos días. Y ahora, te has cansado, has luchado como sólo tú sabías hacerlo, que no parabas de tus quehaceres porque no sabías estar sin hacer nada, a pesar de los dolores... hasta que la morfina te ha llevado a quedarte quieta. Sólo ella lo ha conseguido.
Tú misma le has dicho a la prima que te ibas a marchar. Nada, nadie puede engañarte. Sabes cuándo van a suceder las cosas y hasta en estos momentos quieres decir la última palabra.
Adiós tía, te quiero.
Texto: Belisker
Foto: Mayte