jueves, 5 de febrero de 2009

Ávila, viaje al reino medieval

Tierra abigarrada, de antigua nobleza castellana y fríos muros. Pasear por tus calles empedradas y señoriales es viajar al pasado. A veces, a un pasado que no debiera haber existido jamás y otras, a unos tiempos que nos hablan de tu grandeza, tu hidalgía, tu caráctare señorial. Y si seguimos insistiendo en retroceder y dejamos de admirar palacios y torreones, llegamos a tus orígenes, a los primeros pobladores de estas tierras, constructores de castros, verracos sagrados y necrópolis.

Verraco
Testigo de un glorioso ayer, lleno de cambios, luchas, guerras, muerte, vida, dioses y hombres.

Pensar en tí es pensar en murallas, armaduras, caballeros y damas con complicados ropajes, es pensar en santas y santos, es pensar en un tiempo donde las tres religiones que te daban vida aunaron esfuerzos para levantar tu impresionante muralla. Y parece raro pensar, sobre todo en los tiempos que corren que judios, mudéjares y cristianos pudieron haber trabajado codo con codo para construir esa muralla que te protege y que te ha valido el título y el honor de ser Patrimonio de la Humanidad. Honor y títulos que tu llevas con la nobleza e hidalgía que rezuma por tu calles, plazas e iglesias. Porque otra cosa no tendrás, pero Iglesias... no hay quien te gane. Templos románicos, góticos, renacentistas, todo vale para enaltecer la gloria del dios cristiano.

Si pasear por el camino de ronda del Patrimonio te lleva a tiempos caballerescos, armaduras, caballos, honor y espadas, traspasar las puertas de las Iglesias como S. Vicente

Iglesia de S. Vicente

levantada allá por el siglo XII, y terminada dos siglos después, para enaltecer a Vicente y sus hermanas, mártires los tres ,

Sepulcro de los tres mártires

o el convento de Santa Teresa, la avulense más famosa, o el de Santo Tomás, es trasladarnos a un mundo místico donde impera el silencio que, quieras o no, te lleva, sin darte cuenta, a la meditación, a mirar en tu propio corazón, a examinar tu alma.
Los esbeltos arcos de la Iglesia de Santo Tomás que, además guarda el sepulcro del Príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos - y decimos sepulcro y no restos porque éstos desaparecieron cuando, a principios del siglo XIX, la tumba fue expoliada por los franceses-, lo tres claustros de que consta el monasterio son el pasaporte para pasear y conversar en bajito con reyes, con los Reyes Católicos que antes que nosotros pasearon por esos patios, con monjes que dejaron su huella junto a grandes mujeres, santas y escritoras, de bellos y desgarrados versos que, además, confesaron a estos muros su inquietudes, anhelos y tristezas.






















Sales de este lugar y mientras el sol cae y el frío se hace dueño de la ciudad, provocas en quien te visita, salir por una de tus numerosas puertas para que se quede quieto, junto a los torreones defensivos viendo cómo el sol va lamiendo tus sillares en su trayecto hacia tierras lejanas, dejándote sumida en una semioscuridad que aprovechas para embellecerte aún más.

Porque no puedes dejar de engalanarte, como buena coqueta que eres, a todas horas para que, incluso de noche, te sigan admirando y así nos muestras tu otra cara, aquella en que el juego de luces y sombras, de neblinas que aparecen y desaparecen con gran rapidez y de viento helado acompañan a todo aquel que se adentra en tu corazón o te observa desde la lejanía.

Despedirse de tí desde los cuatro postes, aquellos en que la tradición afirma que fue encontrada la Santa junto a su hermano cuando intentaba marcharse para seguir la voz de Dios es tener la sensación de que te queda mucho todavía por ver y que, algún día, el viajero deberá volver. Y así será.

Texto y fotos: Belisker

1 comentario:

dsdmona dijo...

Cuántas cosas bonitas me quedan por ver en este país... envidia cochina que me has dado con las fotos que nos has regalado.

D.